A diferencia de los ejercicios escritos, la televisión o un ordenador (incluso los llamados portátiles) un tablet pesa poco y es fácilmente transportable.
Esta portabilidad incrementa la frecuencia de uso al facilitar su utilización en nuevos entornos. Puede llevarse en el coche o en transporte público, no requiere un sitio en casa y cabe perfectamente en cualquier mochila e incluso en algunos bolsillos, dependiendo del tamaño. El tamaño de algunos smartphones modernos -los llamados phablets- permite que se puedan instalar las mismas aplicaciones que en los tablets casi con la misma usabilidad.
Esto quiere decir, en primer lugar, que el niño podrá aprender en sitios y momentos en los que antes no era posible. Ya con los primeros modelos de iPhone, cuando no existían los tablets, los analistas se sorprendieron al ver que se usaban para leer libros electrónicos. La razón era muy sencilla, el teléfono se lleva a todas partes y permitía aprovechar los tiempos muertos inesperados.
Y en segundo lugar, pero no por ello menos importante, la falta de anclaje a un espacio físico permite que el niño utilice el tablet en cualquier lugar; en el sofá, en la cama, una terraza o el jardín. Con esto se consigue desvincular el ejercicio de un lugar de trabajo, con lo que la realización de las tareas dejan de parecer una obligación y se acercan más a lo que él entiende como juego.
Para niños con problemas de concentración y disciplina, para los que es difícil estar quietos mucho tiempo en un sólo sitio dedicados a una tarea, el tablet permite que sea más fácil tanto empezar como continuar una serie de ejercicios. El diseño de nuestras aplicaciones hace posible que el usuario pueda recuperar la serie allí donde la había dejado.