Un tablet, como cualquier ordenador, es una máquina de propósito general. Esto quiere decir que dependiendo de los programas que se instalen servirá tanto para llevar una contabilidad como para navegar por la red. Esta versatilidad los ha convertido en los centros de ocio por excelencia, al disponer de vídeo, música, libros electrónicos, juegos y con la conexión a internet nos permiten utilizar las redes sociales.
Por suerte para los padres existen una serie de herramientas de control parental, algunas integradas en las versiones más modernas de los sistemas operativos (v.g. en Android 4.3 se permiten perfiles de usuarios, donde se pueden configurar permisos y aplicaciones). Esto posibilita controlar el uso del tablet por parte de los niños, evitando que usen aplicaciones que no pueden usar.
Pero para el niño la identificación del tablet con el juego y la diversión es clara. Lo usa para divertirse y entretenerse. Es bajo este aspecto lúdico donde se camuflan nuestras aplicaciones.
Tanto las pantallas como el diseño de los ejercicios guarda similitud con los juegos habituales de estas plataformas. El niño ya conoce el avance por fases, los grados de dificultad, etcétera, por lo que a sus ojos lo que son ejercicios de aprendizaje pasan por niveles de un juego que tiene que superar. Al encontrarse las aplicaciones en el mismo entorno que sus juegos se facilita la asimilación con estos.
Todas las aplicaciones tienen una rigurosa justificación psicopedagógica detrás, pero están orientadas a que el niño disfrute ‘jugando’ con ellas. Esto ayuda a los padres a que pongan a sus hijos a hacer los ‘deberes’, ya que al no ser percibidos como tales no tendrán ningún tipo de connotación negativa.
Las nuevas tecnologías nos acercan, en este caso, al viejo dicho de Horacio ‘prodesse et delectare’, aprender deleitando, porque mientras ellos creen estar disfrutando de un juego, en realidad están mejorando sus funciones superiores y su razonamiento.