Cada vez más niños son diagnosticados de trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, hasta hoy, aproximadamente más del 10% en Europa y Estados Unidos.
En medicina convencional se está utilizando el metilfenidato, que son prácticamente anfetaminas. En el niño con TDAH, paradójicamente, tiene efectos calmantes, reguladores de la actividad y mejoran la concentración. En resumen, no se sabe mucho acerca de los efectos secundarios o de su eficacia si se usan en tratamientos prolongados.
Existe otra vertiente científica que opina que la alimentación terapéutica y su vertiente ortomolecular debe ser la medicina del futuro, sumada al bienestar emocional inducido mediante terapias humanistas. Cada vez es más probada la relación cuerpo-mente, los agravios del alma pueden perjudicar al cuerpo y los problemas del cuerpo pueden condicionar el bienestar del alma, empezando por los más pequeños de la casa.
La corrección alimentaria y el aporte de nutrientes esenciales, cuya actividad se conoce con bastante precisión, pueden ser no solo una buena alternativa a los fármacos, sino el tratamiento base.
Existen diversas intervenciones dietéticas que han sido utilizadas en el tratamiento del TDAH, la dieta libre de aditivos y la dieta de restricción de azúcar, además de la introducción de los ácidos grasos omega 3.
La dieta libre de aditivos, consiste en la eliminación del consumo de colorantes, saborizantes artificiales, endulzantes artificiales y alimentos ricos en salicilatos (estos últimos están presentes de forma natural en frutas y verduras como las manzanas, las cerezas, las naranjas, las uvas, trigo, almendras, lácteos o los tomates). El problema es que la restricción alimentaria es demasiado elevada y por lo tanto, es difícil de adherirse a este tipo de dietas.
La disminución del azúcar de la dieta debería generalizarse a toda la población pero todavía más en un niño con hiperactividad. Después de un atracón de azúcar, los niños experimentan una rápida elevación de adrenalina, una hormona estimulante que causa hiperactividad. Un estudio reciente de la Escuela de medicina de la Universidad de Yale revela que cuando los niños ingieren azúcar se libera el doble de azúcar al torrente sanguíneo que en el caso de los adultos. Al cabo de unas horas se produce una caída súbita de energía, ya que los azúcares refinados se descomponen rápidamente en el cuerpo dejándolos cansados, irritables, ansiosos y con deficiente concentración. Además, los alimentos ricos en azúcares son pobres en nutrientes y altos en calorías. Los típicos zumos artificiales de frutas, incluso los naturales, tan habituales en los desayunos y meriendas de los niños, son básicamente agua y azúcar que llegan al torrente sanguíneo más rápido incluso que si se ingiriese un croissant, no aportan vitaminas ni ningún nutriente básico para el crecimiento infantil.
Además del azúcar refinado hay que evitar, el azúcar moreno, los jarabes de maíz, de arroz de malta, la fructosa, la dextrosa, el concentrado de jugo de frutas, la miel, la lactosa, la melaza y la glucosa.
Lactancia Materna y ácidos Omega 3.
La leche materna contiene ácidos grasos Omega 3, ausentes en las leches maternizadas y necesarios en particular, para la maduración de los sistemas nervioso e inmunitario del niño. Los Omega 3 son nutrientes que no puede sintetizar el organismo y por tanto, tienen que aportarse por la alimentación. Su carencia puede originar problemas de hiperactividad, dificultad de aprendizaje escolar y trastornos emotivos.
A pesar de que estos ácidos se encuentran principalmente en pescados azules como la sardina, el salmón salvaje (el salmón de acuicultura apenas los contiene), la caballa, el atún, etc., en casos de niños con TDAH es posible que no suplan la cantidad necesaria para actuar, por lo que se aconseja tomar en consideración la suplementación con EPA y DHA (ácidos Omega 3) en niños con trastornos de aprendizaje e hiperactividad, dado que presentan niveles más bajos en sangre y además son nutrientes imprescindibles en la función cerebral. La dosis correcta seria entre 2 y 3 cápsulas diarias de 1000 mg cada una.
Otras causas podrían deberse a la intoxicación y la presencia de parásitos en el organismo, como por ejemplo las cándidas intestinales, en estos casos hay que hacer una dieta anti-cándidas, libre de azúcares, levaduras, alimentos fermentados y algunos cereales como el trigo y también repoblar adecuadamente la flora intestinal por medio de Probióticos y Prebióticos.
A modo de resumen, la dieta para la hiperactividad y el déficit de atención debería ser la siguiente:
- Cuando no se puede dar la lactancia materna, añadir a la leche adaptada Omega 3 de calidad.
- Evitar al máximo los azúcares, los lácteos, el trigo, los aditivos alimentarios (colorantes, conservantes y edulcorantes), los alimentos muy procesados, el chocolate, los huevos, las levaduras, el marisco, la soja y el maíz.
- Tantear la tolerancia a los cítricos, las manzanas, las uvas y otras frutas.
- Cuando se incorporen los cereales, estos deben ser completos y preferiblemente sin gluten (Arroz integral, trigo sarraceno, mijo y quinoa).
- Incorporar el consumo de los AGPI (Ácidos grasos poliinsaturados) de la familia de los Omega 3 y 6.
- El desayuno debe ser proteico y exento de azúcares rápidos como los zumos de frutas.
- La comida debe comenzar por vegetales crudos o cocidos, seguidos de cereales completos y pescado o carne blanca de calidad.
- La fruta tolerada debe ser tomada entre horas.
- Alimentos ricos en triptófano (Precursor de la serotonina) como pavo, sésamos, nueces, plátano y cereales integrales.
- Complejo vitamínico B adaptado a la edad. B3 y B6 principalmente, aporte de Magnesio y zinc.
- Y practicar ejercicio regularmente.
A parte de estos cambios en la dieta, es necesario asegurarse que la hiperactividad no se debe a la falta de disciplina. Los padres tienen que dar ánimos, elogios y recompensas cuando se alcanzan metas razonables. Es imprescindible que el ambiente familiar favorezcan las metas que se quieran lograr, nunca hay que ver al niño como un inútil o condenarlo al fracaso por su incapacidad, que si se tratara convenientemente, podría ser transitoria.